Los primeros combates aéreos: con piedras, pistolas y garfios
En 1914 la aviación todavía estaba dando sus primeros pasos y se la consideraba como una especie de “caballería volante” que apoyaba a las fuerzas de tierra. Los aeroplanos entraron en la Gran Guerra desarmados y se les destinó sobre todo a tareas de reconocimiento y observación, puesto que el recién inventado avión proporcionaba una excelente “vista de pájaro” del campo de batalla.
El uso para bombardeos era relativamente raro y muy experimental: el piloto tenía que coger la bomba con la mano y lanzarla hacia el objetivo. Como podemos imaginar, la precisión de tales bombardeos no era muy alta.
Conforme pasaba el tiempo, pilotos y observadores llevaban objetos y armas pequeñas durante los vuelos de observación, por si se encontraban al enemigo dedicado a la misma tarea. Y así fue como nacieron los primeros combates aéreos.
En aquellos primeros meses de la guerra podían verse esporádicamente sobre los cielos de Europa aviones de observación disparándose unos a otros con pistolas y rifles o lanzándose cualquier otro objeto que tuvieran a mano, como ocurrió en agosto de 1914, cuando el Teniente W.R. Read lanzaba una pistola descargada contra la hélice de su oponente, tal y como él mismo y su observador – Jackson – detallaron en su diario de vuelo:
“Un día, después de nuestro reconocimiento sobre Mons y Charleroi, Jackson vio una máquina Taube alemana. Yo también la había visto, habíamos hecho nuestro trabajo y no quería pelear, pero Jackson consiguió convencerme. Cambié el rumbo y, al pasar el Taube, Jackson hizo dos disparos con el rifle. Nos dimos la vuelta y pasamos otra vez, sin resultado. Esto sucedió tres o cuatro veces. Entonces Jackson me preguntó:
– ¿Tienes un revólver?, mi munición se ha agotado.
– Sí – contesté – pero ninguna munición.
Jackson me apremió:
– Dámelo, amigo, y esta vez vuela tan cerca de él como sea posible.
Así lo hice y, para mi sorpresa, cuando llegamos frente al Taube, Jackson, con mi revólver cogido por el cañón, lo lanzó hacia su hélice. Por supuesto falló, pero con el honor satisfecho nos volvimos a casa.”
Los pilotos se las arreglaban como podían. Algunos lanzaban piedras, ladrillos e incluso granadas de mano cuando volaban sobre sus adversarios. Otros, como el ruso Alexander Kazakov, llegó a equipar su avión con un garfio con el que intentaba arponear a sus rivales.
El intercambio de insultos y gestos con las manos, y las maniobras de vuelo intimidatorias también eran muy frecuentes… pero tan poco efectivas como los objetos que se lanzaban.
El paso definitivo en la transformación del aeroplano en máquina de guerra se produce con la instalación de la ametralladora.
En los biplaza es el observador el que la maneja. En los monoplazas el arma se monta, o bien en las alas de la aeronave (obligando al piloto a la difícil tarea de gobernar el avión al mismo tiempo que tira de unos hilos para disparar la ametralladora) o bien sobre el piloto, con un ángulo de inclinación de 45 grados para que los disparos no interfieran en la hélice.
En marzo de 1915, el piloto francés Roland Garros monta unas planchas dobladas de acero sobre las hélices para así poder disparar de frente, desviando los impactos que golpean en la hélice. Pocos meses después el sistema fue mejorado para los aviones alemanes por Anthony Fokker, quien decidió sincronizar el disparo de las ametralladoras con los giros de las hélices.
A partir de este momento la supremacía aérea fue oscilando de uno a otro bando hasta el final del conflicto a medida que cada uno desarrollaba sus propios avances tecnológicos, dando paso a nuevos y mejor equipados modelos de aviones. El avión ya no era sólo un observador de la guerra; ahora participaba en ella de pleno derecho.
Si te gustó estos consejos, compartelo por favor con tus amigos.
No hay comentarios
Comentarios